Detective Alfred y el Misterio del Aroma Tentador

Por la mañana en la selva, todo empezó como de costumbre. El león Kuba, el ratón del desierto Patrycja, la jirafa Zofia y el oso hormiguero Alfred se reunieron en un claro para comenzar su gimnasia diaria.

Kuba, con el sombrero ladeado, hacía flexiones. Patrycja, sosteniendo una lupa, hacía sentadillas. Zofia, estirando mucho el cuello, se estiraba. Y Alfred… Alfred de repente se quedó quieto y comenzó a mover enérgicamente su largo hocico.

—¿Qué te pasa, Alfred? —preguntó curiosa Patrycja.

—¡Siento… siento algo extraño! —exclamó Alfred, tomando aire—. ¡Es un olor que nunca antes había olido en la selva!

Los animales dejaron sus ejercicios y se fijaron en Alfred. Kuba, llevándose dramáticamente las manos a la cabeza, gritó:

—¿Será un olor de peligro?

—Calma —dijo Zofia—, primero desayunemos y luego investigamos.

Cada animal tomó su refrigerio favorito. Kuba mordió un filete, Patrycja crujió galletas de queso, Zofia disfrutó galletas de palma, y Alfred… Alfred no podía concentrarse en sus bocados de hormiga.

—Este olor… ¡me atrae! —gimió Alfred, mirando a su alrededor.

Después del desayuno, los detectives comenzaron su sesión diaria de consejos para los habitantes de la selva. Primero apareció el elefante Sylwester.

—Tengo un problema con mi trompa —se quejó—. ¡Siempre entra algo en ella!

Zofia propuso tranquilamente:

—¿Por qué no intentas llevar una pequeña canasta al final de tu trompa? Así atrapará todas las “sorpresas”.

Luego llegó la loro Pelagia.

—¡No puedo dejar de repetir todo lo que oigo! —exclamó.

Patrycja, tras pensar un momento, aconsejó:

—Intenta aprender palabras nuevas cada día. Eso te ayudará a controlar lo que dices.

Por último llegó el perezoso Leon.

—Siempre llego tarde —suspiró despacio.

Kuba, con una chispa en los ojos, sugirió:

—¿Y si empiezas a salir un día antes?

De repente, Alfred dio un salto.

—¡Ese olor! ¡Lo siento de nuevo!

Los animales decidieron iniciar la investigación. Alfred lideró, olfateando con intensidad. Kuba miraba dramáticamente a los lados, Patrycja anotaba todo en su diario, y Zofia observaba el terreno desde arriba.

El rastro los llevó a un pequeño claro, donde encontraron… una enorme flor amarilla que nunca habían visto.

—¡De aquí viene el olor! —exclamó Alfred.

Patrycja se acercó con su lupa.

—¡Fascinante! ¡Debe ser una nueva especie!

Zofia la examinó atentamente.

—Nunca había visto una flor así en nuestra selva.

Kuba, sin poder contenerse, afirmó dramáticamente:

—¡Debe ser una flor mágica, que atrae a los animales con su aroma!

Alfred, usando su extraordinaria memoria olfativa, dijo:

—Ese olor… me recuerda un poco a miel, un poco a frutas y… ¿galletas?

De repente, escucharon un ruido. De detrás de los arbustos salió tímido el oso Mateusz, sosteniendo en sus patas un frasco vacío.

—Lo siento —murmuró—. Es mi culpa. Hice una nueva mermelada con frutas y miel, pero el frasco se me rompió mientras lo llevaba. El jugo se absorbió en la tierra y… creció esta extraña flor.

Los animales se miraron y estallaron en risas. ¡El misterio se había resuelto!

—Bueno —dijo Alfred, frotándose el hocico—, al menos ahora tenemos un nuevo y delicioso olor en la selva.

—¡Y una nueva y hermosa flor! —añadió Zofia.

—¡Y una nueva receta de mermelada para probar! —exclamó emocionado Kuba.

Patrycja, terminando su nota en el diario, resumió:

—¡Ha sido un día muy exitoso para nuestra agencia de detectives!

Y así, gracias al extraordinario olfato de Alfred, los animales resolvieron otro fascinante misterio en su amada selva.