Ese día los animales tuvieron que levantarse temprano. Todos fueron despertados por la Jirafa Sofía. Era su turno de dirigir la gimnasia matutina.
—¡Levantaos, dormilones! ¡Es la hora de la gimnasia! —gritó haciendo sonar una campana.
Los animales se levantaron de mala gana. Aún estaban somnolientos. Era sólo las seis de la mañana, pero ese día tenían algo importante que hacer: los exámenes anuales con la Señora Comadreja.
El León Coco con su sombrero favorito, la Ratona del Desierto Patrycja con una lupa colgada del cuello y el Oso Hormiguero Alfredo con su largo hocico se alinearon frente a la casita. Sofía fue detrás de la casa y golpeó la lámina bajo la que dormía la Loro Ala.
—Loro, hoy te vienes con nosotros porque todos juntos vamos a hacernos los análisis —le dijo Sofía.
—No quiero hacerme los análisis —protestó Ala, bostezando ampliamente.
—Loro, una vez al año tenemos que hacernos un análisis de sangre para que todos sepamos si estamos enfermos o necesitamos vitaminas extra —explicó pacientemente Sofía.
La Loro, a regañadientes, se unió al grupo y Sofía comenzó la gimnasia.
—¡Primero levantamos las pezuñas! Pezuña izquierda delantera, pezuña derecha delantera, pezuña izquierda trasera, pezuña derecha trasera —instruyó Sofía, y luego se quedó pensando—. Espera, ¡sólo yo tengo pezuñas!
En realidad, el Oso Hormiguero Alfredo tenía garras, la Ratona Patrycja también tenía garras y caminaba sobre dos patas, el León Coco también tenía garras y la Loro Ala tenía garras y solo dos patitas.
—Ay, Sofía, tienes que elegir un ejercicio que todos puedan hacer —observó Patrycja.
—Entonces nos tumbamos y rodamos a la izquierda, a la derecha, hacia adelante y hacia atrás —ordenó Sofía.
A la Loro le encantaba este ejercicio y siempre lo hacía cuando quería impresionar a alguien. Los otros animales también se alegraron, y Alfredo incluso se echó una pequeña siesta mientras rodaba.
El siguiente ejercicio fue saltar, con el que ninguno de los animales tuvo problema, excepto… Bueno, en realidad la Loro tampoco tuvo problemas: aleteaba dos veces y ya estaba arriba, cerraba las alas y ya estaba abajo.
Al final, Sofía ordenó hacer sentadillas. Resultó que la Loro no tenía rodillas, por lo que no podía hacer sentadillas: sólo metía las patas bajo sus plumas, las mostraba, las escondía, las mostraba otra vez.
Después de los ejercicios, Sofía gritó:
—¡Al lago!
Todos los animales repitieron el grito y corrieron hacia el agua. Todos menos la Loro, que le tenía miedo al agua y no quería mojar sus alas. Sólo voló en círculos sobre los animales chapoteando, y cuando todos volvieron a la orilla, se secaron el pelaje y fueron a hacer sus camas.
—¡Y ahora el desayuno juntos! —gritó Coco.
—Espera, para los análisis hay que ir en ayunas —recordó Patrycja.
Los animales se subieron a sus bicicletas y se fueron corriendo a la clínica de la Señora Comadreja. Cuando estaban cerca, la Ratona Patrycja de repente gritó:
—¡Alto!
Los animales se detuvieron sorprendidos.
—¿Por qué paramos? —preguntó Alfredo.
—Mirad, hay unas huellas raras al lado del camino —dijo Patrycja, señalando el suelo—. Nunca las había visto antes.
El Oso Hormiguero sacó su lupa y miró con atención.
—No parece que sea ningún animal que viva por aquí —opinó—. Muy interesante.
—Vamos, sigamos el rastro para ver adónde llevan —propuso emocionado Coco.
—No podemos —protestó Sofía—. Tenemos cita a las 7:30 para los análisis. No queremos perder nuestro turno y que la Señora Comadreja tenga que retrasar las visitas de los demás animales.
—Pero vamos —insistió el León—. Vamos a encontrar a ese animal o a ese extraño. Podemos tenderle una trampa y hacernos los análisis otro día.
Todos los animales sabían que el León Coco era el que más miedo le tenía a la aguja y al análisis de sangre. Cada año se inventaba algún obstáculo.
—Ay, León Coco —suspiró Patrycja—. Lo siento, tenemos que hacerlo, es por nuestra salud.
—Bueno, vale —aceptó el León a regañadientes.
Los animales siguieron adelante, pero todo el tiempo hablaban en voz baja sobre las misteriosas huellas. Justo antes de las 7:30 llegaron a la clínica de la Señora Comadreja, que ya los estaba esperando.
—¿Quién entra primero? —preguntó.
Los animales se miraron unos a otros y luego miraron a la Ratona Patrycja. Ella era la más valiente, no le tenía miedo a nada y normalmente, cuando había algo nuevo o desagradable, se ofrecía voluntaria. Esta vez no fue diferente.
—Yo voy —dijo decidida.
Entró en la consulta. La Señora Comadreja desinfectó su patita, pinchó la aguja y tomó un poco de sangre.
—Gracias. Siguiente —llamó.
Entró la Jirafa Sofía.
—Ay, otra vez este análisis —suspiró—. Hazlo rápido, por favor, yo miraré para otro lado.
La Señora Comadreja hizo pss pss, pinchó la aguja, tomó la sangre y ya estaba.
En el pasillo quedaron el León Coco, el Oso Hormiguero Alfredo y la Loro Ala. Se miraron y luego el León y el Oso Hormiguero empujaron a la Loro hacia la consulta. La Loro no quería ir todavía, pero ellos eran más fuertes. La Señora Comadreja tomó la sangre muy rápido y la Loro salió sonriendo y dijo:
—¡Ay, no hay nada que temer!
Sólo quedaron el Oso Hormiguero y el León.
—Tú ve —dijo Alfredo.
—No, tú ve —respondió Coco.
—Yo tengo que ir a tomar agua —se escabulló el León.
—Yo tengo que ir al baño —intentó el Oso Hormiguero.
La Señora Comadreja salió a la puerta.
—Bueno, pasen —dijo firmemente.
—Vale, juguemos a piedra, papel o tijera —propuso Alfredo.
—¡Piedra, papel o tijera! —gritaron juntos.
Desafortunadamente, esta vez el Oso Hormiguero sacó tijeras pero el León sacó piedra. El Oso Hormiguero tuvo que entrar en la consulta.
—Sólo por favor hazlo rápido, y yo voy a ver un dibujo animado en el móvil para que no me duela nada —pidió.
La Señora Comadreja sonrió.
—Si quieres, puedes ver el dibujo, pero ni siquiera te vas a enterar.
El Oso Hormiguero puso un dibujo animado sobre cerdos dando un concierto en una isla y empezó a verlo.
—Sólo por favor no me piques muy fuerte —dijo.
—Pero Oso Hormiguero, ¡ya está todo! Tu sangre ya está aquí en el tubo, ni siquiera te diste cuenta —respondió la Señora Comadreja.
—¿De verdad? —el Oso Hormiguero se sorprendió completamente—. ¿Puedo quedarme un rato más y terminar de ver el concierto?
—¿Sabes qué? Mejor sal al pasillo, porque todavía nos queda el León —dijo la Señora Comadreja abriendo la puerta de la consulta.
Miró al pasillo: allí no había nadie.
—Hmm, ¿alguien ha visto al León Coco? —preguntó.
Salió del edificio, donde estaban la Ratona Patrycja, la Loro y la Jirafa hablando sobre las misteriosas huellas.
—¿Ha salido el León? —preguntó la Señora Comadreja.
—No, precisamente tenía que hacerse el análisis de sangre —respondió sorprendida Sofía.
Todos entraron al edificio: el León no estaba.
—¡León Coco! —llamó Patrycja, pero el León no respondía.
—Hmm —dijo la Ratona en voz baja a la Jirafa—. Seguro que se ha vuelto a esconder en algún sitio, tenemos que encontrarlo.
Por suerte, los animales detectives no tuvieron ningún problema para encontrar al León. El Oso Hormiguero activó su largo hocico y de inmediato señaló la dirección. En el pasillo había un armario con ropa y del armario asomaba un trozo de cola.
Los animales se acercaron muy silenciosamente al armario y lo abrieron.
—¡Hola, pero yo soy un traje, por favor cierren el armario! —dijo el León, haciendo como si fuera una prenda de ropa.
—León, ya no te vale —dijo Patrycja firmemente.
—Bueno —suspiró el León.
Salió del armario y entró en la consulta. La Señora Comadreja le sonrió comprensiva.
—León, te voy a dar dos pegatinas y además puedes ver un dibujo animado si quieres. Y después del análisis, por supuesto, podéis ir a tomar un desayuno delicioso, el que queráis.
—¿Y podré comer un filete? —preguntó el León con esperanza.
—¡Por supuesto! Por esta ocasión deberías comerte el mejor filete que tengas en la nevera —le aseguró la Señora Comadreja.
—Bueno, vale —aceptó el León.
Se sentó en la silla, se tapó los ojos y empezó a contar hasta cien.
—Uno, dos, tres…
Cuando llegó al veinte, la Señora Comadreja agarró la jeringuilla, pero… ¡no estaba en la bandeja!
—Qué raro —dijo—. Estoy segura de que preparé la jeringuilla para el León.
—¿Quizá se ha perdido? —sugirió Patrycja, que justo entró en la consulta.
—La tenía que tener en la bandeja —respondió la Señora Comadreja—. La usé con los pacientes anteriores.
—¿Una jeringuilla perdida? —Patrycja sacó inmediatamente su lupa—. ¡Esto es un caso para detectives!
Los animales empezaron la investigación. Patrycja revisó cuidadosamente la bandeja y el área del escritorio. Alfredo olfateó por toda la consulta, intentando captar el olor del metal y el plástico. Sofía, gracias a su largo cuello, revisó los estantes y armarios más altos.
—No veo nada —suspiró Sofía.
—Yo tampoco puedo encontrar ninguna pista —reconoció Alfredo.
Patrycja miró con recelo al León, que seguía sentado en la silla con los ojos cerrados, contando:
—…ochenta y ocho, ochenta y nueve…
—León —dijo Patrycja—, ¿tú sabes dónde está la jeringuilla?
—¿Qué jeringuilla? —preguntó con inocencia el León, sin abrir los ojos—. No he visto ninguna jeringuilla. Sigo contando… noventa, noventa y uno…
Pero algo en su voz le pareció sospechoso a Patrycja. Se acercó y notó que el sombrero del León parecía diferente, estaba un poco abultado por un lado.
—León Coco —dijo firme—. ¿Qué tienes en el sombrero?
—¡Nada! —respondió rápido el León—. ¡Eso… sólo mi cabeza!
Patrycja le quitó suavemente el sombrero de la cabeza al León. Y allí, escondida bajo el forro, ¡estaba la jeringuilla perdida!
—¡León! —gritó Sofía—. ¿Has escondido la jeringuilla?
El León bajó la cabeza, avergonzado.
—Perdón —murmuró—. Me da tanto miedo las agujas… Pensé que si escondía la jeringuilla, no tendría que hacerme el análisis.
La Señora Comadreja movió la cabeza, pero sonrió con cariño.
—León, entiendo tu miedo, pero los análisis son muy importantes. Gracias a ellos podemos comprobar si estás sano y si necesitas vitaminas o medicinas.
—Lo sé —suspiró el León—. Pero esas agujas parecen tan terribles…
—Cierra los ojos —pidió la Señora Comadreja—. Te prometo que solo tardará un segundo.
El León cerró los ojos y la Señora Comadreja le tomó la sangre rápidamente y sin problemas.
—Ya está —dijo.
El León abrió los ojos, sorprendido.
—¿De verdad? ¡No he sentido nada!
—¿Ves? —sonrió Patrycja—. No hay nada que temer.
—La próxima vez no me esconderé —prometió el León—. Y no robaré jeringuillas.
—Es muy importante hacerse análisis regularmente —dijo la Señora Comadreja—. Gracias a eso podemos detectar problemas de salud a tiempo y tratarlos. ¡Recordad que la prevención es lo más importante!
—Como dicen los padres —añadió Sofía—. Siempre hay que escuchar los buenos consejos y no tener miedo a los médicos.
—Exactamente —asintió la Señora Comadreja—. Y ahora, ya que todos os habéis hecho los análisis, podéis iros a tomar un desayuno delicioso.
Los animales le dieron las gracias a la Señora Comadreja y salieron de la clínica. De camino a casa se pararon en la heladería del Señor Elefante.
—¿Qué os parece si nos comemos un helado? —propuso Sofía—. Después de tanto estrés, nos merecemos un premio.
—¡Buena idea! —se alegró Alfredo.
Cada animal eligió su sabor favorito: Patrycja eligió helado de queso, Sofía de palma, Alfredo de hormiga y la Loro Ala de frutas. El León Coco, que todavía estaba orgulloso de haber superado su miedo, pidió una doble ración de helado de filete.
—¡Mmm, qué rico! —murmuró contento—. Quizá ha merecido la pena pasar por los análisis.
—¿Ves? —sonrió Patrycja—. A veces las cosas que más tememos no son tan terribles como parecen.
—Y después de los análisis siempre podemos comer helado —añadió Alfredo, relamiéndose.
Los animales volvieron a su casita, contentos con su día exitoso. El León Coco aprendió una lección importante: no hay que evitar los análisis, porque son importantes para la salud, y el miedo a la aguja es mucho peor que el propio pinchazo.
—La próxima vez —dijo el León, saltando a su hamaca—, ¡yo entraré el primero en la consulta!
—¡Eso sí que es valentía! —se rió Sofía, y todos los animales asintieron juntos.
Y así terminó el día, lleno de aventuras, miedo y valentía, y también de lecciones importantes sobre la salud y la confianza en los médicos.