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El cuento de Ola sobre el collar de castañas

Era una mañana tranquila en el cuartel de los Animales Detectives. Todos se despertaron estirándose y bostezando mientras se frotaban los ojos. Patricio, el ratoncito del desierto, tomó la iniciativa y organizó una sesión de ejercicios matutinos.

—¡Vamos, chicos! ¡Patitas arriba, una, dos, tres! —gritó Patricio, moviendo su colita con energía.

Después del ejercicio, se sentaron a desayunar con sus platos favoritos. Alfredo, el oso hormiguero, devoró sus galletas de hormiga con una salsa que hacía arrugar la nariz a todos. Patricio se dio un banquete con una sopita calentita y tortitas de queso con un chorrito de nata. Sofía, la jirafa, disfrutó de unos plátanos jugosos sobre hojas de platanera, con un toque de salsa de jengibre que olía de maravilla. Y León Cubo se relamió con sus chuletas favoritas, ¡bien condimentadas con sal!

Con el estómago lleno, recogieron todo y se reunieron en la mesa redonda. Hoy le tocaba a León Cubo abrir la puerta.

—Veamos quién necesita nuestra ayuda hoy —dijo, abriéndola de par en par.

¡Zas! Entró corriendo la señora Gacela, que siempre llegaba con algún problema.

—¡Detectives, tengo una misión súper especial! —dijo, saltando de emoción—. Mi amiga cumple años y quiere un collar hermoso hecho de castañas. ¿Pueden ayudarme?

—¡Por supuesto! —respondió Patricio, frotándose las patitas—. Tenemos un par de asuntos que resolver primero, pero luego nos ocupamos del collar.

—¡Estupendo! —dijo la gacela—. Ah, por cierto, se me rompió un parche de la cola, ¿me lo pueden coser?

—¡Tráelo y lo arreglamos en un santiamén! —ofreció Sofía con una sonrisa.

—¡Gracias, son los mejores! —dijo la gacela, y salió corriendo hacia su casa.

El siguiente en aparecer fue el señor Cocodrilo, que tenía una apariencia muy extraña.

—Hola, Cocodrilo, ¿qué te pasa? —preguntó Alfredo, alzando una ceja.

—Pues… miren, mi cabeza, mis patas y mi cola están… ¡rosa chicle! —susurró, avergonzado—. ¿Me pueden echar una mano?

—¡Claro que sí! —dijo Patricio, corriendo por un frasquito mágico para quitar tintes—. Échate tres gotas en cada parte, y nosotros te ayudamos con las patas.

Cocodrilo se acostó en el suelo obedientemente. Patricio roció sus patas, luego la cola y, por último, la cabeza.

—¡Listo! —dijo—. Ahora vete a casa, date un buen baño con un cubo de agua, ¡y el rosa desaparecerá!

—¡Mil gracias, chicos! —dijo Cocodrilo, y se marchó con una sonrisa.

Por último, entró el conejito, que dio un saltito, pero no tan alto como siempre.

—¡Hola, amigos! —dijo, un poco triste—. Últimamente no salto tan alto. Antes cruzaba el río de un brinco, ¡y ahora no puedo!

León Cubo se rascó la melena, pensativo.

—¿Dónde has estado, pequeño? —preguntó.

—Fui a casa de los señores Tejón —respondió el conejito.

—¿Y qué hacías allí?

—Saltaba por el campo, pero cuando volví, ¡no pude cruzar el río!

—Tranquilo, eso tiene solución —dijo Cubo—. Tus músculos necesitan un poco de práctica. Vuelve a entrenar saltando el río, ¡y pronto estarás brincando como antes!

—¡Genial! ¡Voy a practicar ahora mismo! —dijo el conejito, dando un saltito más alegre antes de salir.

—¡Bien, equipo! —anunció Sofía—. Ahora toca la misión especial: ¡el collar de castañas!

—¡Vamos! —dijo Patricio, entusiasmado.

Los Animales Detectives tomaron sus bicicletas y pedalearon hasta el bosque. Allí recolectaron muchas castañas brillantes y un hilo resistente y bonito. De vuelta en casa, extendieron todo sobre la mesa.

—¿Y si hacemos un collar que parezca una corona? —propuso Sofía, con los ojos brillando.

—¡Qué idea tan buena! —dijo Alfredo.

Primero, decoraron el hilo con papel de seda de colores vivos, pegándolo con cuidado en los bordes. Luego, Cubo pegó una castaña bien grande en un círculo de papel. Patricio añadió un brillante que parecía un diamante, doblando una esquinita para que quedara perfecto. Todo lo ataron al hilo con mucho cuidado.

Llegó el momento de las castañas. Cada detective tomó su canasta y empezó a perforarlas con cuidado. Patricio, con sus patitas ágiles, ayudaba a los demás cuando se atascaban. Una vez listas, ensartaron las castañas en el hilo, una tras otra.

Cuando terminaron, ataron los extremos y admiraron su obra. ¡El collar de castañas relucía como un tesoro bajo el sol!

—¡Es una maravilla! —dijo Sofía, orgullosa.

—La señora Gacela va a quedar encantada —añadió Alfredo, riendo.

Caminaron hasta la casa de la gacela, que estaba cerca. Al ver el collar, los ojos de la señora Gacela se iluminaron como estrellitas.

—¡Es el collar más bonito que he visto en mi vida! —exclamó, tomándolo con cuidado—. ¡Mi amiga va a estar encantada!

Los Animales Detectives volvieron a casa con una sonrisa de oreja a oreja. Otra misión cumplida, y habían hecho feliz a alguien más.

—¿Saben qué? —dijo Patricio, mientras se sentaban a descansar—. Hacer regalos es la misión más hermosa de todas.

—¡Totalmente! —respondió Cubo—. Sobre todo cuando ves una sonrisa tan grande como la de la gacela.

Y así, con el corazón contento, terminó otro día lleno de aventuras y buenas obras para los Animales Detectives.

Fin.