Home » Uncategorized » La Aventura por la hoja mágica de arce. Parte 2

La Aventura por la hoja mágica de arce. Parte 2

Había una vez una pequeña **ratoncita del desierto** que sabía navegar muy bien con su cometa voladora. Hizo dos círculos en el aire y, a través de unas gafas especiales para buscar portales, vio una mancha más oscura en el cielo. Apuntó con su cometa hacia allí, la dirigió, y pronto se encontró en el mundo de los humanos.

Estaba en un parque. Al lado había un **parque infantil** y junto a éste un sendero. La ratoncita escondió su cometa para que nadie se la quitara. Sacó su brújula y decidió hacia dónde ir.

Con mucho cuidado, atravesó la hierba. Pasó un sendero, otro más, y llegó al parque. Consultó su mapa nuevamente, que indicaba dirección sur. Sacó sus binoculares y miró.

—Veo un arce con hojas verdes —se dijo a sí misma.

En el césped ya había muchas hojas amarillas porque poco a poco se acercaba el otoño, pero por suerte las del arce aún eran verdes. La ratoncita comenzó a mirar a su alrededor con calma y precaución. Por la calle pasaban coches, y en la acera caminaban personas. Afortunadamente, casi no había nadie en el parque. Al otro lado vio a una señora con un perro, pero pensó que estaba muy lejos y que no la notaría.

La ratoncita se acercó lentamente al arce. Cuando estuvo justo debajo, vio que todas las hojas caídas eran amarillas, pero ella necesitaba una hoja verde. Lamentablemente, las que eran verdes solo crecían en el árbol.

Por suerte vio que algunas hojas verdes colgaban justo encima de un gimnasio al aire libre. Se subió por una escalera pequeña, estiró la mano, pero no alcanzaba. Afortunadamente, llevaba unas tijeras extensibles y plegables en su mochila. Las sacó, cortó una hoja y la guardó con cuidado en su mochila.

—Ahora solo queda bajar, regresar al portal y la misión estará cumplida —pensó la ratoncita.

Pero entonces vio algo que le preocupó mucho. Justo al lado del gimnasio apareció el perro que vio antes. Estaba sin correa y corría por todo el parque.

—¡Oh, no! Seguro que me detecta —pensó.

Por suerte ella estaba más alta que el perro, pero él empezó a dar vueltas. Marcó con su orina un árbol, otro, y siguió corriendo por el parque. La ratoncita bajó con cuidado y comenzó a avanzar despacio hacia donde había dejado su cometa, que era la salida al portal.

Pensaba que lo lograría, pero entonces el perro la olió. La ratoncita se preguntó qué podría hacer. El perro la miró, nunca había visto un bicho así. Era una ratón normal, pero con unas orejas enormes, una mochila, y una cinta roja en la cabeza. El perro estaba confundido.

No salió corriendo. Decidió investigar qué era ese extraño ser.

—Ay, estos perros, debo distraerlo de alguna forma —pensó la ratoncita.

Entonces vio un pequeño coche de juguete en el césped. Tenía el chasis azul, las ruedas amarillas y la cabina amarilla. Sin dudarlo, la ratoncita saltó dentro y empezó a tocar la bocina. El ruido llamó la atención de la dueña del perro, que pensó que un niño estaba en el coche, así que corrió hacia allí.

—¡Nikolas, vuelve! —llamó a su perro.

Mientras tanto, la ratoncita puso su mochila detrás para no mostrar quién conducía y comenzó a pedalear. Manejar sobre la hierba no era muy cómodo, pero pronto salió a la avenida y llegó rápido al lugar donde había dejado su cometa.

El cometa tenía dos funciones: podía volar, pero cuando estaba en el suelo apoyado en dos bordes, se tensaba como un trampolín. La ratoncita saltó del coche, subió al cometa, y rebotó una, dos, tres veces… ¡Ziu! En el último salto llegó al portal.

¿Y qué pasó con el cometa? Quedó en el parque, seguramente todavía allí. No hacía falta recogerlo; era como el módulo de aterrizaje en la luna, que se queda allí después de la misión.

La ratoncita saltó dentro del portal y salió en la Tierra de los Animales. Otros miembros del equipo de detectives estaban de guardia y esperaban. Cuando vieron que la ratoncita apareció entre las montañas, Leo el león, que tenía turno, exclamó:

—¡Sí!

Se impulsó desde una roca para volar hacia la ratoncita con su cometa. Patricia quiso abrir su paracaídas para descender despacio, pero durante la huida del perro lo había perdido. Por suerte, Lucas hizo dos vueltas en el aire y atrapó a la ratoncita. Juntos aterrizaron al pie de la montaña. La jirafa y el oso hormiguero bajaron por la cuerda, y en pocos minutos todos estaban reunidos de nuevo.

—¿Te fue fácil conseguir la hoja de arce? —preguntaron los animales a la ratoncita.

—Claro —respondió—. Aunque un perrito quiso saludarme, no tenía ganas de jugar con él. Podría haber usado spray de pimienta para despistar su olfato, pero no quería molestarlo ni irritar su nariz. Por suerte encontré un cochecito de juguete, me hice la niña y su dueña lo llamó y le puso la correa.

—Uf, ahora todo es más sencillo —dijo el oso hormiguero.

Los animales tomaron su brújula, marcaron el camino y se dirigieron hacia su casa. Llegaron al amanecer. Las marmotas montaron su tienda y esperaron pacientemente el regreso de los detectives. Cuando escucharon pasos, saltaron de la tienda.

—¿Lo lograron? —preguntaron.

—Por supuesto que sí —respondieron los animales—. En un momento prepararemos el elixir para que puedan regresar a su tierra.

Leo el león, el oso hormiguero y la jirafa comenzaron a desempacar el equipo mientras la ratoncita fue directo al laboratorio. Allí, con reactivos especiales y la hoja de arce, preparó un remedio para curar el árbol en la tierra de las marmotas. Tras quince minutos de mezclar, calentar y trasvasar, el preparado estuvo listo. En un pequeño frasco había varios mililitros de líquido verde.

La ratoncita salió del laboratorio y dijo:

—Todo salió bien, amigo marmota, solo cuida que el frasco no se rompa.

—Claro —respondió la marmota—, tengo una caja de poliestireno que protege el frasco de golpes o caídas.

Las marmotas empacaron el elixir y partieron hacia su tierra. Mientras tanto, los detectives decidieron pasar el resto del día haciendo lo que más les gustaba. Se sirvieron limonada, se pusieron gafas de sol y se recostaron cómodamente en hamacas bajo la sombra de las palmeras.

—Otra misión terminada con éxito —suspiró Leo, acomodándose el sombrero que nunca se quitaba.

—Espero que el elixir funcione —dijo Patricia, revisando las notas en su diario—. Según el libro sabio, debería activarse en pocas horas después de regar el árbol.

—Seguro que sí —aseguró Sofía, estirando su largo cuello para comer bocadillos—. Tú lo preparaste y tus mezclas siempre funcionan.

Alfred apenas asintió con la cabeza mientras casi dormía en su hamaca.

Una semana después, cuando los animales terminaban su rutina matutina, escucharon un silbido conocido. Era Marmoto Silbador, que vino con su pequeño marmotito de visita. En esta ocasión no parecían preocupados; sus pelajes brillaban saludables y sus patas tenían color normal.

—¡El elixir funcionó! —gritó Silbador feliz—. Regamos el árbol como Patricia nos indicó, y al día siguiente la savia dejó de evaporarse. ¡Nuestras patas volvieron al color normal!

—Traemos agradecimientos de toda la tierra de las marmotas —añadió el marmotito entregando a los animales una caja bellamente decorada.

Dentro había cuatro medallas brillantes que decían “A los héroes de los agradecidos marmotas” y una cesta con nueces en miel, un manjar especial de su tierra.

Los detectives recibieron los regalos con orgullo, y Patricia añadió una nueva página a su diario de aventuras. Por la noche, mientras el sol se ponía sobre la jungla, se sentaron junto a la fogata y contaron las historias de todas sus aventuras para conseguir la hoja de arce.

Y aunque sabían que pronto les esperaba otra misión, por ahora disfrutaban en paz, con amistad y saboreando los dulces de marmota, que —coincidieron— eran la mejor recompensa por su esfuerzo.