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Mrau Krau – el gato color rosa

Mañana y Gimnasia

El amanecer en la selva era especialmente suave, y los rayos del sol se filtraban perezosamente a través de las espesas copas de los árboles. En la casita situada junto a la playa, donde vivía un extraordinario equipo de detectives animales, el día comenzaba lleno de energía.

Patricia, la ratoncita del desierto y maestra de la organización matutina, fue la primera en abrir los ojos. Rápidamente se puso su pañuelo rojo favorito al cuello y saltó con energía al suelo de madera.

—¡Arriba, equipo! ¡Es hora de la gimnasia matutina! —gritó, levantando su lupa favorita, que siempre llevaba en el bolsillo por si acaso.

Pronto, el león Kuba se desperezó perezosamente en su hamaca, y su fuerte bostezo hizo temblar los cristales. Alfred, el oso hormiguero, bajó del altillo, tratando de no tropezar con su manta favorita. Zofia, la jirafa, miró por la ventana y vio que la mañana se presentaba despejada.

En el claro detrás de la casa, Patricia dirigió un calentamiento corto pero enérgico. Kuba hacía flexiones, aunque con su melena era todo un desafío. Alfred movía graciosamente su largo hocico, y Zofia, gracias a su altura, tocaba fácilmente las copas de los árboles, fingiendo que era parte del ejercicio.

Al regresar a casa, todos se pusieron a limpiar. Alfred pulía con pasión los estantes de madera, Kuba sacaba la basura, Zofia regaba las plantas, y Patricia barrió hábilmente la arena que había en la terraza. Cuando la casa brillaba, llegó el momento de despertar a Ala, la loro.

—¡Ala! ¡Levántate, ya es hora! —gritó Patricia, golpeando la pared del cuarto de Ala.

—¡Cinco minutos más! —murmuró Ala, acurrucada entre sus plumas.

Después de un esfuerzo conjunto, Ala finalmente se levantó, y su pequeña familia se reunió en la mesa. El desayuno, como siempre, era colorido y sabroso. Había frutas jugosas, verduras crujientes, panqueques sin gluten con puré de frutas y té aromático.

—Y ahora es hora de comenzar el Día de Consejos para los animales de la selva —anunció Patricia, saltando con energía de una silla a otra.

Los animales se miraron con una sonrisa. Sabían que ese día alguien seguramente necesitaría su ayuda, y cada misterio, por pequeño que fuera, se convertiría en una oportunidad para trabajar juntos.

Misterios en la Selva

El primero en llegar fue un conejo.

—¡Hola, amigos! —los saludó—. Mis zanahorias se están marchitando últimamente. Crecen bien, pero se ponen muy verdes, aunque las riego todo el tiempo.

Patricia abrió el „Libro Sabio de los Animales” y comenzó a leer:

—Oh, aquí dice que las zanahorias no se deben regar muy seguido. Es mejor una vez por semana, los miércoles.

—Bueno, entonces dejaré de regarlas hasta el final de la semana y solo lo haré los miércoles. ¡Gracias! —dijo el conejo y se fue contento.

Luego apareció una tortuga.

—Hola, tortuga. ¿Qué pasó? —preguntó Patricia.

—Me di cuenta de que alguien se está comiendo los árboles. No sé quién es, pero puedo señalar en el „Libro Sabio de los Animales” cómo se veía.

Patricia abrió el libro en la página dedicada a los felinos. La tortuga señaló una imagen:

—¡Se veía exactamente así, pero era rosado!

—Hmm, parece un Mrau Krau. Es una criatura omnívora —dijo Patricia.

Los animales empacaron su equipo y se dirigieron hacia el lugar donde habían desaparecido los árboles.

Encuentro con Mrau Krau

En el lugar, Alfred notó una ardilla rosada.

—¡Miren! ¡Una ardilla rosada! —gritó.

—¡No! ¡Creo que es un mrau krau! —dijo Patricia—. ¡Loro! Vuela hasta allá y revisa.

Ala asintió con la cabeza, voló y regresó con noticias:

—Definitivamente es un mraukrau.

Patricia decidió actuar:

—Loro, ata la cuerda a la hoja más fuerte, y nosotros subiremos.

Cuando los animales llegaron a la copa, vieron al mraukrau.

—Hola, mraukrau. ¿Qué haces aquí? —preguntó Patricia.

—Estaba buscando comida. Soy omnívoro, así que quería probar estos árboles —respondió el mraukrau.

—Este lugar pertenece a muchos animales. Por favor, múdate a otro lugar —dijo Patricia.

—Puedo hacerlo, pero no sé cómo bajar —admitió el mraukrau.

—¡Haremos un ascensor! —propuso Alfred.

Después de una hora de trabajo, el ascensor estaba listo.

Mrau Krau bajó y fue llevado al portal que conducía al mundo de los gatos.

—¡Uf, misión cumplida! —dijo Alfred—. Loro, vuela y revisa si Mrau Krau pasó por el portal.

La loro confirmó y los animales pudieron regresar tranquilamente a su base.

Volvieron a casa y se sentaron en las tumbonas. Se dedicaron a lo que más les gustaba: relajarse y contemplar el hermoso lago y la selva.

Fin.